LIDERAZGO, CIBERDEMOCRACIA Y TECNOPOLÍTICA
POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ /
El proceso de
profundas transformaciones en lo tecnológico, económico, social y político
caracterizado por la creciente comunicación e interdependencia de las naciones
en el mundo, conocido como globalización,
introdujo nuevos conceptos en cuanto a participación ciudadana para tramitar
los requerimientos y los conflictos de las sociedades y por lo tanto, hoy es
muy frecuente hablar de ‘ciberdemocracia’
o de ‘tecnopolítica’
para referir las innovaciones comunicacionales que han transformado
sustancialmente la política. En este siglo XXI es obsoleto, en consecuencia,
hablar de política y democracia para aludir solo a partidos e instituciones
representativas.
Dado los avances de las tecnologías de la comunicación la política no se acaba ni se agota en esos escenarios ni en dichas organizaciones partidistas, y mucho menos se debe confundir con lo que los medios de comunicación califican como tal, cuando solo se refieren a la dinámica que se da al interior de las colectividades y a la vida institucional de los gobiernos de turno. Afortunadamente y en buena medida gracias a que hoy la influencia cada vez mayor de la infotecnología y el rol protagónico que cada día asumen los algoritmos (sistema de perfiles demográficos generado a partir del big data), la política cobra mayor sentido cuando la relacionamos con acciones relativas a temas sensibles como la salud, la educación, la vivienda, la cultura, el medio ambiente, la cultura, la economía, la ciencia y la tecnología. Es evidente que en cada una de estas esferas, hay mucha ‘política’ por hacer. Además, porque el impacto que está teniendo en la vida cotidiana la Inteligencia Artificial (IA) y el aprendizaje automático está transformando paulatinamente la sobrevivencia a nivel planetario, generando con ello un profundo cambio en el sistema de organización de la vida pública a partir de nuevas pautas, impactando sustancialmente los mecanismos de reproducción social y del poder.
Aparejado a esta circunstancia, el liderazgo político y social está tomando nuevos visos en cuanto a su accionar para ponerse a tono con los nuevos desafíos. El ser y actuar de los dirigentes, movimientos políticos y sociales, cobran nuevo significado y una importancia estructural decisiva. Las jerarquías rígidas en los partidos y la defensa de la democracia representativa, prácticamente son cuestiones del pasado. Hoy, se observa la construcción de liderazgos que privilegian la descentralización, la participación y la capacidad de articulación.
Al comenzar la
tercera década del siglo XXI, el liderazgo tanto en política como en activismo
social se encamina hacia la estructuración de un movimiento de amplio espectro
popular como un actor colectivo que interviene en el proceso de transformación
de las estructuras socioeconómicas de una comunidad, lo cual va a determinar
una identidad que orienta el sentido último de la acción.
Los caducos partidos políticos y las instituciones del Estado, siguen respondiendo a pautas más propias del proceso industrial de los siglos XIX y XX, por lo tanto las respuestas tradicionales ya no sirven. Se nos cambia la vida rápidamente y en contraste, la política tradicional sigue con sus anclajes institucionales y territoriales, que lastran notablemente su capacidad de reacción y de respuesta a los cambios que exigen las nuevas circunstancias que depara un mundo globalizado. A mayor formación de la gente, a más medios de conexión social disponibles, menos se aceptará que a la ciudadanía solo se le atribuya la función política de votar.
El liderazgo
tanto a nivel individual y colectivo, entonces, tiene que reinventarse porque
la política como lo demuestran movimientos como el 15-M en España
en 2011, o las protestas desencadenas a partir del paro
del 20N en Colombia en 2019 y el Paro
Nacional convocado a partir del 28 de abril de 2021, ha vuelto a formar
parte del debate cotidiano como factor determinante para obtener cambios
sustanciales en una sociedad, y ese embrión de transformación que se manifiesta
de manera constante en las redes sociales, concitando la atención y el
despertar de amplias masas populares está orientado a construir bienes
comunes en unas sociedades que están agotando sus recursos
naturales. De ahí que hoy la democracia es el campo de batalla en el que se va
a dilucidar el futuro colectivo.
Vivimos un
momento bisagra entre dos épocas: hay procesos, como diría Antonio Gramsci,
que no terminan de nacer y otros que no acaban de morir. Hay una política que
se deshace mientras otra pelea por definirse, los medios de comunicación
tradicionales pierden fuerza mientras emerge un nuevo paradigma comunicacional,
los modelos religiosos heredados del pasado se van quedando en el camino y la
economía, particularmente lo que hoy se conoce con la denominación de financiarización
(que no es más que la especulación por parte de un sector parásito y leonino
como el financiero), lo sigue dominando todo. Ahora más que nunca se necesitan
voces que definan con claridad los límites de este nuevo mundo; los límites de
nuestro tiempo; y es ahí que los liderazgos nuevos o renovados juegan un rol
trascendental, articulando expresiones sociales y políticas, así como mejorando
la comunicación entre dirigentes y ciudadanos, desarrollando además procesos
didácticos para ganar hegemonía en el ámbito cultural y social.
Esos
liderazgos tienen que avanzar hacia una concepción de democracia que represente
ese mundo común. Y es ahí que aún nos tropezamos con un sistema obsoleto de
democracia representativa e institucionalizada, capturada en gran medida por
las élites mercantil-financieras que han terminado siendo más impedimento que
palanca de cambio. Lamentablemente, en América Latina se ha avanzado muy poco
en la irrupción de liderazgos que posibiliten una sintonía con los desafíos que
plantea la nueva concepción de Estado y de democracia a partir del fenómeno de
la globalización. Así lo demuestra un análisis demoscópico de Latinobarómetro:
el 79 % de la población en este hemisferio piensa que los gobiernos están al
servicio de los poderosos. Ese segmento poblacional está convencido de que hay
una captura del Estado. En general se asocia a la clase política con alta responsabilidad
respecto del atraso social y subdesarrollo en que se encuentra buena parte de
los países de la región. Al culpar a esa clase, se traslada esa responsabilidad
simultáneamente al Estado y a la democracia. En ese contexto, hay otro dato alarmante:
el 25 % consultado plantea: “A la gente
como nosotros nos da igual un sistema democrático que uno no democrático”,
lo cual constituye una reacción peligrosa, por cuanto esa manera de percibir la
realidad social y política está dando lugar al surgimiento de esas figuras que
irrumpen en los escenarios político-electorales como el presidente de Brasil,
Jair Bolsonaro, o líderes religiosos y/o empresariales prometiendo una supuesta
regeneración, haciendo creer a la ciudadanía que pueden cambiar el sistema
cuando en realidad llegan al poder para ejecutar programas antidemocráticos o
están fuertemente involucrados con intereses corporativos.
Esta situación es un clarísimo indicativo de que en América Latina y particularmente en Colombia es urgente regenerar el liderazgo político y social. Las encuestas y los datos estadísticos muestran que hay un hartazgo y una insatisfacción muy fuerte con la clase política que ha gobernado la región hasta ahora. Esa renovación pasa porque entre el líder y el ciudadano haya una conexión, capaz de enamorar a la población para lograr avanzar en la construcción de una república social que posibilite hacer real el concepto de ciudadanía, en el sentido de garantizar cabalmente el cumplimiento de los derechos fundamentales. Se trata además de liderazgos convencidos de la necesidad de contar con una democracia en un mundo que permita la reconciliación entre sujeto y naturaleza. Es decir, sentar las bases para lograr procesos de apropiación social que articulen una nueva relación con la naturaleza, desde la defensa del medio ambiente, que en últimas, constituye salvaguardar la vida en el planeta.
Un liderazgo
con ese alcance solo será posible a partir de generar confianza y sintonía con
los amplios núcleos sociales para ensanchar el apoyo popular, generando sentido
común, desarrollando una dinámica pedagógica constante y sistemática. Así será
posible avanzar por la senda de la transformación social y la consolidación de
la democracia, pues desde el siglo XV la experiencia tanto teórica como
empírica así lo demuestra, cuando el aun injustamente desprestigiado Nicolás Maquiavelo
construyó toda una teoría de la legitimidad racionalizada que apunta hacia
fórmulas humanísticas y se adentra, de manera muy avanzada a su tiempo, hacia
el manejo inteligente del poder. Se trata, en definitiva, de repensar la
política y las políticas de respuesta a los desafíos que deparan los nuevos y
borrascosos tiempos.
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