EL DISCURSO INDÍGENA DE DIONISIO YUPANQUI EN LAS CORTES DE CÁDIZ QUE
FUE UN REFERENTE PARA KARL MARX
POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ /
Tras la invasión napoleónica a España en 1808 se produjo el traspaso de la corona de Fernando VII a José Bonaparte, hermano de Napoleón, y ello trajo como consecuencia el movimiento juntista en la metrópoli hispana que a su vez posibilitó la convocatoria de las Cortes en la ciudad de Cádiz en 1810. Por las dificultades de comunicación, debido a la guerra con los franceses y porque el proceso de emancipación americana se había iniciado, muy pocos delegados eran originarios del Nuevo Mundo.
El único representante de los pueblos originarios fue Dionisio Inca Yupanqui, nacido en Cusco quien dio un discurso tan emotivo que provocó un cerrado aplauso de aceptación.
Yupanqui fue representante peruano de origen nativo en las Cortes de Cádiz, gozó de un título noble (descendiente de la dinastía inca) gracias al parentesco (nieto legítimo por línea directa) con el inca Huaina Cápac, duodécimo inca. Su padre, don Domingo Ucho Inca, fue nombrado alférez de una compañía de infantería del presidio del Callao por el virrey Conde de Superunda; posteriormente, por sus méritos castrenses, en 1769 se trasladó a España, donde tuvo una mejor calidad de vida, económica y social; de esta manera, buscó que le asignaran, por sus ancestros, el Marquesado de Oropesa. Finalmente, no logró que se le concediera el disputado mayorazgo; pese a ello, obtuvo algunos reconocimientos para sus hijos.
Dionisio y su hermano Manuel nacieron en Lima, sin embargo, por decisión de su padre llegaron de corta edad a España, fueron, por lo tanto, modelados bajo los patrones culturales hispanos. A Dionisio se le concedió una plaza en la Guardia Marina, cien doblones de oro por una vez para equiparse y dieciocho pesos mensuales hasta que llegara a ser teniente de navío.
Cuando se produjo la crisis política en España (1808-1810), Dionisio, residente en la península, fue captado como representante ante las Cortes por el Cusco; dado su origen, el papel que desempeña es de suma importancia en la magna asamblea, puesto que abogó con reiteración por la erradicación de los tributos y de la mita.
Sus intervenciones están registradas en las actas de las Cortes de Cádiz que, finalmente en 1812, aprobaron una constitución liberal, que fue derogada por Fernando VII luego de su restauración.
“Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”
En su primera intervención en diciembre de 1810 ante las Cortes, Yupanqui pronuncia la afortunada frase: “Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”, que en 1864, Karl Marx la hace suya para plantearla como postulado ante la I Internacional celebrada en Londres.
Marx había conocido el discurso de Yupanqui estudiando la revolución española contra Bonaparte y extrajo esa lapidaria frase que se la apropia aplicándola también a sus análisis sobre la independencia tanto de Irlanda frente al imperio británico como de Polonia.
A comienzos del siglo XX, es Lenin el que retoma ese postulado originario de Yupanqui y utilizado por Marx en el artículo periodístico que escribe y que tituló: El derecho de las naciones a la autodeterminación, que es un texto fundante porque le abre el horizonte emancipatorio a todos los pueblos oprimidos, legitimando la revolución antiimperialista.
Intervención ante las Cortes de Cádiz
A continuación el texto de la primera intervención de Dionisio Yupanqui, el 16 de diciembre de 1810:
No he venido a ser uno de los individuos que componen este cuerpo moral de V.M. para lisonjearle, para consumar la ruina de la gloriosa y atribulada España, ni para sancionar la esclavitud de la virtuosa América, He venido sí, a decir a V.M. con el respeto que debo y con el decoro que profeso, verdades amarguísimas y terribles si V.M. las desestima; consoladoras y llenas de salud, si las aprecia y las ejercita en beneficio de su pueblo. No haré, Señor, alarde ni ostentación de mi conciencia; pero sí diré que reprobando esos principios arbitrarios de alta y baja política, empleados por el despotismo, solo sigo los recomendados por el Evangelio que V.M. y yo profesamos. Me prometo, fundado en los principios de equidad que V.M. tiene adoptados, que no querrá hacer propio suyo este pecado gravísimo de notoria y antigua injusticia en que han caído todos los gobiernos anteriores: pecado que en mi juicio es la primera o quizá la única causa porque la mano poderosa de un Dios irritado pesa tan gravemente sobre este pueblo nobilísimo, digno de mejor fortuna. Señor, la justicia divina protege a los humildes, y me atrevo a asegurar a V.M., sin hallarme ilustrado por el espíritu de Dios, que no acertará a dar un paso seguro en la libertad de la Patria mientras no se ocupe con todo esmero y diligencia en llenar sus obligaciones con las Américas: V.M. no las conoce. La mayor parte de sus diputados y de la Nación apenas tienen noticia de ese dilatado continente. Los gobiernos anteriores le han considerado poco, y solo han procurado asegurar las remesas de este precioso metal, origen de tanta inhumanidad, del que no han sabido aprovecharse. Le han abandonado al cuidado de hombres codiciosos e inmorales; y la indiferencia absoluta con que han mirado sus más sagradas relaciones con este país de delicias, ha llenado la medida de la paciencia del Padre de las misericordias, y forzándole a que derrame parte de la amargura con que se alimentan aquellos naturales sobres nuestras provincias europeas. Apenas queda tiempo ya para despertar del letargo y para abandonar los errores y preocupaciones hijas del orgullo y vanidad. Sacuda V.M. apresuradamente las envejecidas y odiosas rutinas, y bien penetrado de nuestras presentes calamidades son el resultado de tan larga época de delitos y prostituciones, no arroje de su seno la antorcha luminosa de la sabiduría, ni se prive del ejercicio de las virtudes. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre. V.M. toca con las manos esta terrible verdad. Napoleón, tirano de Europa, su esclava, apetece marcar con este sello a la generosa España. Esta, que lo resiste valerosamente, no advierte el dedo del Altísimo, ni conoce que se le castiga con la misma pena que por tres siglos hace sufrir a sus inocentes hermanos. Como Inca, Indio y Americano, ofrezco a la consideración de V.M. un cuadro sumamente instructivo. Dígnese hacer de él una comparada aplicación, y sacará consecuencias muy sabias e importantes. Señor, ¿resistirá V.M. á tan imperiosas verdades? ¿Será insensible a las ansiedades de sus súbditos europeos y americanos? ¿Cerrará V. M. ojos para no ver con tan brillantes luces el camino que aún le manifiesta el cielo para su salvación? No, no sucederá así; yo lo espero lleno de consuelo en los principios religiosos de V.M. y en la ilustrada política con que procura señalar y asegurar sus soberanas deliberaciones.
Leído este papel, presentó una fórmula de decreto reducido a mandar a los virreyes y presidentes de las Audiencias de América que con suma escrupulosidad protejan a los indios, y cuiden de que no sean molestados ni afligidos en sus personas y propiedades, ni se perjudique en manera alguna a su libertad personal, privilegios, etc.
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