lunes, 16 de noviembre de 2020

COMUNICACIÓN

“CRISIS PANDÉMICA SITÚA NECESIDAD DE UN NUEVO INTERNACIONALISMO QUE CENTRE DISPUTA IDEOLÓGICA EN CAMPO DE LA COMUNICACIÓN, PROMOVIENDO PLATAFORMAS SUPRANACIONALES DE MEDIOS POPULARES Y ALTERNATIVOS”


POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ /

Entrevista con el cientista social y catedrático universitario español, Francisco Sierra Caballero, con motivo del lanzamiento de su nuevo libro Marxismo y comunicación. Teoría crítica de la mediación social (Siglo XXI de España Editores, septiembre 2020).

El capitalismo de plataformas y la revolución digital que ha impactado de manera superlativa la cultura y viene generando nuevos antagonismos sociales es una de las características de nuestro tiempo, junto por supuesto, con la desigual distribución de la riqueza a nivel planetario.

Sobre este interesante tópico y  a partir de la teoría crítica, el profesor Sierra Caballero nos ofrece un sugerente análisis sobre los desafíos para enfrentar la tendencia hegemónica de manipulación mediática en un mundo sustentado en el expoliador sistema capitalista que ha generado la más grave crisis civilizatoria que amenaza con la existencia de la especie humana.

Prologado por el prestigioso intelectual belga Armand Mattelart, referente de la Economía Política de la Comunicación,  esta obra ofrece para la reflexión “líneas maestras de fuerza” que sistematizan algunos de los principales aportes de la visión materialista para, posteriormente, ir sentando las bases de desarrollo del pensamiento emancipador en comunicación desde la tradición marxista.

Corroída por un sistema depredador como el capitalista, la sociedad enfrenta tiempos de gran incertidumbre, en los que la incomprensión o aislamiento de la crítica es la tendencia hegemónica. De ahí que el autor señala cómo la capacidad de interrogación está en la base de cualquier voluntad emancipadora y cómo se aplica el marxismo en el análisis de la mediación social para denunciar los presupuestos teóricos e ideológicos del sistema de relaciones dominante en el campo de la información y la comunicación. Para ello echa mano del legado del filósofo italiano Antonio Gramsci; del dramaturgo alemán Bertolt Brecht y de la corriente de los Estudios Culturales, surgida en Inglaterra en los años 60 del siglo pasado, así como desarrolla un profundo análisis sobre la Teoría del valor.

Destacado experto en comunicación

Nacido en la localidad de Gobernador, en los montes orientales de Granada (Andalucía, España), Sierra Caballero sostiene que vive para dos de sus pasiones: la Comunicología y América Latina.

Catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla, donde dirige además el Departamento de Periodismo I y columnista de varios medios digitales, este aplicado investigador es un referente intelectual en el ámbito del área social en que trabaja por la importancia y alcance de sus aportes.

Investigador del Instituto Andaluz de Investigación en Comunicación y Cultura, es fundador de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación, en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura, así como es directivo de la Asamblea de la Confederación Iberoamericana de Asociaciones Científicas en Comunicación.

Autor de relevantes ensayos sobre comunicación, política, cambio social y emancipación, Sierra Caballero ha coordinado equipos internacionales de investigación para la Comisión Europea y para el Plan Nacional de Investigación y Desarrollo de España. En enero de 2019, a instancias de la Asociación Cultural y Científica Iberoamericana, presentó Introducción a la Comunicología, una obra en la que aborda, de manera crítica y panorámica, el ámbito de la mediación social y el papel que juega la comunicación en la propia conformación de la sociedad.

En el primer semestre de 2019 coordinó la edición del libro Teoría del valor, comunicación y territorio (Siglo XXI España).

El reto de una revolución cultural a partir de un trabajo de pedagogía activa

Con el propósito de ahondar sobre el alcance de los tópicos que desarrolla este inquieto intelectual español y acucioso investigador en su nuevo trabajo bibliográfico, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano www.cronicon.net realizó la siguiente entrevista.

Uno de los cruciales temas que desarrolla muy atinadamente y de manera oportuna el libro es el relacionado con el capitalismo de plataformas y las incidencias que viene teniendo la revolución digital con sus algoritmos en la sociedad mundial y los entornos culturales.  ¿Se podría afirmar que la humanidad está enfrentando una ‘cibercracia’?

Digamos para ser precisos que estamos experimentando una transformación geopolítica y cultural en torno a la revolución digital que implica varios desplazamientos: del Estado, inclusive el poderoso imperio de Estados Unidos, a las grandes corporaciones GAFAM, en especial Google y Amazon, y del eje Atlántico, dominante en ciencia, tecnología y comunicación a lo largo del siglo XX, al eje asiático bajo liderazgo de China. En este contexto, discutir el papel de las tecnologías en red, o en general la información y el conocimiento, se torna central para comprender el capitalismo y las nuevas contradicciones de nuestro tiempo. Pero llama la atención que, incluso desde la izquierda, se asuma acríticamente, como es lógico sin el debido análisis materialista, qué significa la llamada sociedad de la información, qué dispositivos y formas de poder y control tienen lugar en la era Internet, y cuáles son las alternativas liberadoras para una democratización del nuevo ecosistema mediático. Antes bien, buena parte de la literatura especializada en la materia reproduce el discurso de Silicon Valley sobre el poder transformador de la tecnología en una suerte de nuevo reduccionismo o determinismo tecnológico, al tiempo que imaginan que la primavera árabe fue un proceso revolucionario y de liberación social. Nada dicen quienes asumen esta lógica de razonamiento que los GAFAM son también el muro de Wall Street y que en la economía uberizada asistimos a formas de lucha de clases más propias del siglo XIX que del siglo XXI, como podemos observar si vamos más allá de los eslóganes al uso de los grandes emporios punto.com. En definitiva, el poder simbólico de la cultura ciber es el poder del gran capital financiero internacional y de nuevos actores transnacionales como Facebook que, coaligados con poderes tradicionales como el ejército, conforman la base de la hegemonía y el poder con los que se derroca gobiernos, véase el caso de Brasil, o se instauran ejecutivos neofascistas como el de Trump, en el avance de los intereses del complejo industrial y militar del Pentágono y los amos de las finanzas.

“Discutir el papel de las tecnologías en red, o en general la información y el conocimiento, se torna central para comprender el capitalismo y las nuevas contradicciones de nuestro tiempo”

Al analizar algunas contribuciones de la corriente de los Estudios Culturales a través de sus referentes Raymond Williams, Edward Thompson,  Stuart Hall y Richard Hoggart,  resaltas uno de sus propósitos investigativos cual es el de explorar el potencial de los receptores para la resistencia y la rebelión frente a las fuerzas reales del poder ideológico dominante. ¿Qué elementos esenciales, en tu opinión, se requieren en un sistema capitalista que permea todo, para lograr pasar de la cultura de la resistencia a una comunicación transformadora?

Sin duda, en primer lugar, es preciso una revolución cultural, un trabajo de pedagogía activa, en un sentido gramsciano, para modificar la concepción al uso sobre el papel de la comunicación en nuestra vida cotidiana. La mayoría de la población sigue imaginando los medios y mediaciones culturales como un problema de ocio y tiempo libre, como una suerte de consumo inocuo que corresponde al ámbito privado, cuando, en realidad, es en este ámbito donde se conforma la ciudadanía, donde se fragua la subjetividad, los imaginarios que inciden en las formas dominantes de control y alienación ideológica. Sin conciencia de la dimensión política de la comunicación, sin este trabajo de pedagogía activa no podremos avanzar en el derecho a la comunicación y por tanto en una mediación emancipadora. Bien lo sabía Raymond Williams que inició sus intereses sobre el papel de la televisión problematizando proyectos como Open University en la BBC para la educación de los adultos que no habían podido acceder a la educación superior. Desde entonces, los Estudios Culturales empezaron a explorar la inserción de los medios y la cultura de masas en el espacio social de la cultura subalterna a fin de horadar los espacios de la economía moral de las multitudes, de las clases populares, en torno al discurso informativo y las industrias culturales. Pero hoy se ha impuesto el sentido común en contra de los comunes que piensa la tecnología o la cultura Internet como un espacio autónomo y libre. Es hora, creo, de empezar a disputar esta idea para politizar la comunicación y, desde luego, elaborar alternativas. Hay otros factores determinantes para construir una comunicación transformadora, pero la conciencia de lo que está en juego a este respecto me parece crucial.

Con la crisis profunda del sistema capitalista y de la democracia liberal que lo sustenta, como se ha podido evidenciar en la actual coyuntura con el bochornoso proceso electoral estadounidense, ¿cómo se puede aprovechar esta circunstancia para repensar la agenda ideológica y de acción de los sectores alternativos y antiglobalización (entiéndase antineoliberales)? ¿No constituye un momento crucial para ello? ¿Qué podría hacerse?

Creo, en efecto, que este es un tiempo encrucijada, un momento de crisis que puede resolverse con más democracia o, como observamos en Europa y algunos países de América Latina, con más autoritarismo, con fascismo de baja intensidad. Ahora, en el campo de la comunicación seguimos observando graves retrocesos: desde periodistas convertidos en publicistas de las grandes corporaciones y voceros del capital financiero a dinámicas de concentración como nunca antes se ha vivido en la historia. El deterioro además del ecosistema informativo es alarmante y no solo por las llamadas fake news sino por la poca diversidad de la oferta, por la pésima calidad de los contenidos y la infoxicación y alienación absoluta de amplios conjuntos de usuarios de la comunicación. Un primer paso para avanzar en otra dirección es retomar la estrategia del Foro Social Mundial de Porto Alegre. La crisis de la pandemia nos sitúa ante la necesidad de un nuevo internacionalismo a partir, lógicamente, de la crítica antiimperialista poniendo, como se hizo hace décadas, en el centro la disputa ideológica en el campo de la comunicación. El movimiento indígena, a partir de los encuentros Abya Ayala en Oaxaca, avanza en Latinoamérica en esta dirección, y deberíamos aprender de ellos porque, sin duda, hoy más que nunca, es preciso que se conformen grandes plataformas supranacionales de comunicación popular y alternativa, al modo como Telesur se convirtió en un medio de referencia en la disputa de la agenda informativa. Esta articulación, en un sentido político, es complicada porque supone coordinar tiempos, territorialidades, actores y procesos muy distintos, complejo empeño cuando nos jugamos no solo el futuro de la democracia y los Derechos Humanos, sino la propia vida del planeta. Pero hay que persistir, insistir y re-existir, más allá de las luchas y frentes culturales de ámbito local.

“La mayoría de la población sigue imaginando los medios y mediaciones culturales como un problema de ocio y tiempo libre, como una suerte de consumo inocuo que corresponde al ámbito privado, cuando, en realidad, es en este ámbito donde se conforma la ciudadanía, donde se fragua la subjetividad, los imaginarios que inciden en las formas dominantes de control y alienación ideológica”

Dentro de este contexto, Armand Mattelart en el prólogo del libro hace énfasis en la necesidad de reinventar la política como “ideación y acción social”, en un momento marcado “por un proceso de evidente desertización”, como diría Habermas, refiriéndose a la crisis de la Unión Europea (UE). Si política es comunicación, ¿están dadas las condiciones para cambiar el paradigma político-comunicacional dominante en el mundo cuando es evidente que el poder financiero de la ‘cibercracia’ que domina las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) haría prácticamente imposible lograrlo? ¿Hay salida? ¿O deberíamos esperar un ‘milagro’, como por ejemplo, el derrumbe de la bolsa de valores electrónica automatizada Nasdaq?

Sí que están dadas las condiciones, al menos en un doble sentido: primero porque la revolución digital está transformando, como anteriores revoluciones industriales, las lógicas de organización y producción social y, en segundo lugar, porque ello nos obliga a pensar la relación entre sistema informativo y contexto social, en términos de ecología de vida, de construcción colectiva del hábitat. Lo primero pone el acento en las bases materiales y económico-políticas del llamado capitalismo de plataformas, de ahí debates como el de la UE sobre la tasa Google (que va más allá, como explicamos, de la justicia fiscal) o las propias contradicciones entre las élites del sistema dominante, caso de Trump contra algunas de las grandes corporaciones GAFAM. Y esto es apenas la punta del iceberg, porque las contradicciones latentes que se despliegan son numerosas: entre la industria de contenidos local y los intermediarios globales, entre la política cultural del Estado y los nuevos aparatos ideológicos transnacionales, entre sujeto de derecho y extractivismo de datos que amenaza las libertades públicas individuales, entre dominio público y mercado…, en fin, al ser un proceso de crisis tenemos abiertas varias hipótesis una de ellas, en efecto, es el propio colapso del capitalismo financiero por las lógicas automatizantes de valorización, pero también es cada día más evidente el colapso tecnológico que limita la sostenibilidad del actual modo de producción informativa, y no solo por la obsolescencia tecnológica.

“En el campo de la comunicación seguimos observando graves retrocesos: desde periodistas convertidos en publicistas de las grandes corporaciones y voceros del capital financiero a dinámicas de concentración como nunca antes se ha vivido en la historia”

Lo cierto es que en este colapso social, ecológico y climático originado por un sistema criminal y depredador como el capitalista se hace imperiosa la necesidad de una comunicación para una transición civilizatoria que contribuya a generar sentido común y una nueva hegemonía política en sentido gramsicano. ¿Por qué el marxismo puede servir de caja de herramientas para lograr los cambios que clama la humanidad y materializar esa transición civilizatoria que se requiere con urgencia para evitar el marchitamiento a pasos agigantados del planeta?

Más allá de las lecturas contemporáneas de los Gründrisse que nos ayudan a pensar la función vectorial de la ciencia y la tecnología en el proceso de desarrollo del capitalismo, el marxismo nos aporta tres elementos fundamentales para la comprensión de este tiempo de mudanzas. Primero, al ser una práctica teórica crítica, propia del pensamiento relacional, nos explica e ilustra las tendencias de desarrollo histórico desde una perspectiva real y concreta. En un mundo interconectado, el marxismo aporta elementos para pensar ligando realidades y procesos contradictorios aparentemente inconexos e incluso irracionales o sin sentido, considerando la dinámica de transformación acelerada del turbocapitalismo. Este, en el fondo, es el gran aporte para la comunicación: pensar las mediaciones. Por otra parte, además, su lectura económico-política arroja luz sobre los procesos materiales de composición de la cultura de silicio o digital, cuestionando su sostenibilidad, a sangre y fuego, como parte del proceso de expansión imperialista que arrasa continentes enteros como África o el conjunto del planeta, tal y como nos enseñara Manuel Sacristán. El marxismo logra, por último, en tercer lugar, situar en el centro de las cuestiones epistemológicas y políticas el problema de la praxis y, por extensión, el antagonismo como núcleo de disputa y proyección del cambio histórico, aunque algunos sesudos ensayistas sigan insistiendo (un discurso por otra parte recurrente desde el siglo XIX) que ya no tiene lugar la lucha de clases. Los grandes tiburones de la bolsa saben que no es así y reconocen que la lucha de clases, cada día más presente, la están ganando. Ahora, los conflictos en Amazon, la movilización de los riders por un trabajo digno, y las disputas por la regulación de grandes plataformas como Google demuestran que la lucha de clases sigue muy viva y que, como es lógico, no se manifiesta ya en la dinámica fabril sino en un conjunto amplio de actividades y problemas que deben ser teorizados y objeto de intervención para desbloquear los procesos sociales de liberación, por más que nos traten de contar que la economía se ha desmaterializado en la era de la realidad virtual.

En el libro calificas a los movimientos sociales como “comunidades inteligentes dispuestas para la acción y el cambio”, pero al mismo tiempo alertas sobre el riesgo de que la economía política de la comunicación no asuma un posicionamiento de compromiso social y de praxis, con lo cual se estaría reeditando el fracaso del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC). ¿Es posible en las actuales circunstancias articular la praxis social y el sustento teórico para generar una alternativa de cambio civilizatorio? ¿La teoría marxista si alcanza para lograrlo?

En un libro que editamos el profesor Quirós bajo el título El espíritu McBride (Ciespal, Quito, 2016) insistíamos en esta hipótesis. El fracaso del NOMIC fue debido en buena medida a la falta de articulación de las propuestas del frente diplomático y académico con la profesión y los movimientos sociales. Toda transformación, como todo cambio histórico, requiere de la amplia voluntad y movilización ciudadana. El asalto neoliberal a las universidades ha colonizado la práctica teórica pero también es cierto que nunca como hoy hay una generación de investigadores, algunos retornando a Marx, que imaginan su labor intelectual comprometidos con las demandas de los movimientos sociales. Quizás el problema, y aquí vindico el pensamiento materialista, es que, desde una suerte de idealismo como es común en los estudios culturales americanos, se vindica a Marx, Gramsci, y la Escuela de Birmingham desconectando por abajo la actividad del pensamiento de la intervención real en una suerte de academicismo estéril de improductivas consecuencias desde el punto de vista de la liberación social. En algunos casos, pienso en los movimientos que vindican lo común en la lucha por el código, los discursos de la autodenominada escuela crítica resultan profundamente antimarxistas y liberales, por más que se autorreconocen como libertarios, pero, al final, en tesis como la no intervención del Estado en la regulación de Internet, replican las mismas tesis de las GAFAM. Paradójica situación por cierto que llama cuando menos la atención en un momento de desmontaje del Estado moderno, empezando por sus sistemas de información pública. En ULEPICC, no obstante, hemos venido abriendo una agenda de debates sobre Geopolítica y Nuevas Tecnologías, y Teoría Marxista de la Comunicación que esperamos contribuya a tender puentes entre práctica teórica y compromiso político y social porque en la actual coyuntura política, en la encrucijada de crisis sistémica que vivimos no ha lugar a visiones acomodaticias o funcionales como las que observamos en torno al papel de las nuevas tecnologías.

“La crisis de la pandemia nos sitúa ante la necesidad de un nuevo internacionalismo a partir de la crítica antiimperialista poniendo, como se hizo hace décadas, en el centro la disputa ideológica en el campo de la comunicación”

Ideología, formación social, praxis, hegemonía sentido común, son elementos importantes de la contribución de Antonio Gramsci que analizas en detalle en el libro y que hay que tener en cuenta en este debate. ¿Cómo articular todos ellos en la intervención del sistema de mediación social que contribuya a la construcción de democracia?

Hablaba antes de la importancia de la pedagogía. El filósofo sardo siempre puso el acento en la importancia para la cultura popular y el proceso de cambio de la educación, sea informal, la literatura de folletín, por ejemplo, o formal, lo habitual en el sistema educativo.

De Gramsci creo que hemos de sacar una primera conclusión sobre la centralidad del sentido común y la disputa de la ideología dominante como un proceso de contagio, de contacto, de inmersión, en el sentido de lucha por la hegemonía, como al tiempo poner el acento en la dimensión praxeológica de la lectura de Marx, a mi modo de ver, como apuntara Sánchez Vázquez en vida, plenamente actual y vigente. Su apropiación de hecho por los estudios culturales nos ha permitido descubrir los matices de la cultura dominante y alumbrar al tiempo posibilidades de intervención e impugnación contrahegemónica. En otras palabras, no es posible un proyecto radical sin democratizar la deconstrucción de las representaciones ideológicas, sin trabajar sobre el sentido común con el común de la gente y este es un reto, sin duda estratégico, de pedagogía de la comunicación.

“El reto de la Comunicología en la era del capitalismo de plataformas es pensar el marxismo como un nuevo lenguaje contra la alienación cultural al tiempo que como pulsión vital y voluntad de ser y luchar, desde el antagonismo”

No podemos terminar esta entrevista sin referirnos al gran Bertolt Brecht y la filosofía de la praxis. En el empeño de una comunicación para la transición civilizatoria, ¿por qué el aporte del dramaturgo alemán respecto de la mediación social está vigente? ¿Qué nos dice hoy el pensamiento brechtiano en cuanto a las experiencias de contrainformación y la estética de la resistencia?

Este es uno de los aportes, creo que muy original, del libro. Normalmente, toda la literatura marxista en comunicación retoma las reflexiones del dramaturgo alemán sobre la radio como sistema de comunicación, pero lo verdaderamente revolucionario en su obra es la aportación de un método, el efecto V de distanciamiento, que nos puede ser útil a la hora de deconstruir y develar las representaciones ideológicas dominantes. Solo Jameson y Juan Carlos Rodríguez han sabido apreciar el alcance de su propuesta para este tiempo a este respecto. En nuestro ensayo, reinterpretamos sus ideas estéticas en el campo de la comunicación retomando elementos fundamentales como la importancia del goce por ejemplo con la música para la agitación cultural y la concienciación del espectador. Esta lectura suele ser poco habitual en la izquierda, acostumbrada a pensar lo ideológico, no sé si por un exceso de platonismo, como un problema estrictamente de contenido y no tanto de forma de representación. Pero, ¿la contrainformación es un solo una cuestión de ideas o de formas de relación? Mi hipótesis es que no es posible una ética y estética de la resistencia sin una poética que cuestione las formas naturalizadas de lo social y esto solo es posible integrando contenido con formas apropiadas a la sensibilidad del sujeto en cada época. En otras palabras, no podemos revolucionar la cultura cotidiana con estrategias de agitprop de principios del siglo pasado, como no podemos obviar que hay una serie de manifestaciones culturales que deben ser, como ensayó Brecht en su tiempo, el punto de partida con el que dar forma al lenguaje de interlocución para cambiar el mundo que vivimos. Ello implica, en palabras de Juan Carlos Rodríguez, pensar el marxismo como un nuevo lenguaje contra la alienación cultural al tiempo que como pulsión vital y voluntad de ser y luchar, desde el antagonismo, además de método de representación y análisis de la realidad. Este es el reto de la Comunicología en la era del capitalismo de plataformas y es la apuesta que hemos tratado de esbozar, al menos de forma exploratoria en el libro. Esperemos que al menos abra un debate en esta dirección porque resulta además de urgente necesario.

 

 

 

 

 

 






 

 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

MÉXICO

A CASI UN SIGLO DEL INFAME TRATADO DE BUCARELI: LA ENTREGA VERGONZOSA DE MÉXICO A ESTADOS UNIDOS



POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ


La historia de América Latina está plagada de traición y entrega de la soberanía de varios de sus países a las codiciosas y humillantes pretensiones de Estados Unidos. Ahora que en 2023 se cumplirá los 100 años de la suscripción del infame Tratado de Bucareli, es preciso reseñar la vergonzosa entrega de México por parte del presidente Álvaro Obregón Salido en 1923 a Washington.

El propósito felón del mandatario mexicano fue el de beneficiar de manera desmedida a los Estados Unidos para poder contar con su apoyo en un tiempo en el cual las disidencias políticas postrevolución empezaban a complicar su gobernabilidad.

Estados Unidos, entre tanto, lograba concesiones para obtener cuantiosas reparaciones económicas que alegaba por los supuestos impactos negativos que le había propinado el proceso revolucionario mexicano a sus empresas, así como importantes posibilidades de negocio en las áreas energética e industrial, a cambio de reconocer al gobierno de Obregón.

El Acuerdo o Tratado de Bucareli, conocido con esa denominación por la ubicación de la casa en el barrio céntrico de Ciudad de México que lleva ese nombre, y en la que se realizaron las 19 reuniones entre los plenipotenciarios de los dos gobiernos,  consistió en dos Convenciones de Reclamaciones, una Especial y otra General. Los compromisos “extraoficiales” del gobierno de Obregón se encuentran en las actas de las conversaciones, actas cuidadosamente redactadas para evitar efectos políticos indeseables.

Históricamente se ha propalado la versión de que en ese descarado pacto se contemplan algunas cláusulas confidenciales, entre ellas que el mismo tiene vigencia de un siglo.

En consecuencia, en el año 2023 termina el Tratado de Bucareli el cual constituye un acto infame, hecho con desprecio, vileza y maldad contra el pueblo de México.


¡Adiós soberanía mexicana!

Obregón estaba urgido de ser reconocido por Washington, habida cuenta que había llegado a la presidencia mediante golpe militar. Para entonces era inquilino de la Casa Blanca, el republicano John Calvin, quien designó como representante del gobierno estadounidense para negociar el Tratado de Bucareli a George Summerlin, mientras que por México actuaba Alfredo Pani. Ambos estamparon sus firmas en dicho tratado, cuyas cláusulas eran tan infames que no fue aceptado por los Congresos de ambos países. Así que quedó como un trato de “buenos caballeros” el cual fue publicado en el Periódico Oficial el 26 de febrero de 1924.

Estados Unidos aprovechó para esquilmar todo lo que pudo a la nación mexicana mediante este vergonzante acuerdo. En primer término exigió el pago de indemnización a los ciudadanos norteamericanos por los supuestos daños causados en sus propiedades e instalaciones a raíz de la Guerra de Revolución de 1910 a 1921, pidiendo en tono de reclamo todas las ganancias no obtenidas por las empresas norteamericanas en ese periodo. El Estado mexicano pagó una suma millonaria que nunca se publicó.

Washington además solicitó la abolición del artículo 27 de la Constitución Política mexicana que estipulaba la soberanía sobre las riquezas del subsuelo y litorales. Estados Unidos exigió también que dicha norma constitucional no fuera retroactiva para las petroleras norteamericanas.

Asimismo, dicho Tratado prohibió a México producir la maquinaria para sus propias industrias, pues todo sería comprado a los Estados Unidos. De ahí la explicación del porqué Pemex nunca pudo adquirir su maquinaria para la perforación y menos para refinación de crudo.

Era la época en que la aviación mexicana estaba incursionando con éxito en la fabricación de los primeros aeroplanos, siendo pionera en América Latina, pero ante la imposición norteamericana, debió suspenderse. En adelante, todo lo concerniente a la industria aeronáutica se debería adquirir directamente con las compañías estadounidenses dedicadas a este ramo.

En lo relativo a la educación, Estados Unidos impuso que a los niños y jóvenes mexicanos se les prohibiera el acceso a la ciencia, a la tecnología y a los procesos industriales. En consecuencia, México se vio en la penosa necesidad de implementar una metodología mediocre de enseñanza básica y superior. Cuando un educador como Gabino Barreda, primer director de la Escuela Nacional Preparatoria, intentó plasmar el positivismo científico del filósofo francés Auguste Comte, se le vinieron encima tanto la jerarquía de la Iglesia Católica como los conservadores en el poder. Por ello se considera que los mexicanos han tenido que enfrentar un atraso en la enseñanza de 100 años y de 50 en el ámbito tecnológico.

En contraste, Washington abría las puertas de sus universidades a los jóvenes de la élite social mexicana que quisieran educarse con los últimos avances científicos, no obstante la consiguiente estigmatización social y la actitud de traición a la patria.

El Tratado de Bucareli determinó también condiciones especiales para la inversión, estableció salarios bajos, con lo cual generó déficit en cuanto a seguridad alimentaria y pobreza extrema en las clases marginadas.

Un partido político a imagen y semejanza del Tío Sam

El Tío Sam no contento con haberle robado la mitad del territorio a la nación mexicana durante el siglo XIX, y logrado las múltiples y sustanciales concesiones gracias a un pérfido dictador como Obregón mediante el mencionado “acuerdo de caballeros”, tras bambalinas ideó e impulso también un partido político que sirviera a sus mezquinos intereses. Así se formó en 1929 el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Se le denominó “revolucionario” para fingir una causa de rebeldía, aunque aminorada por la palabra “institucional” para denotar un supuesto respeto por el gobierno, acepciones que irán acompañadas por el escudo y bandera nacionales.

Al PRI se le precisaron cuatro obligaciones:

 

1.- Realizar y vigilar las elecciones.

 

2.- Salir siempre ganador en las justas electorales, para lo cual se utilizaría el mecanismo del fraude en caso de ser necesario.

 

3.- Evitar a todo trance la llegada al poder de la oposición.

 

4.- Permanecer en el poder hasta el término del Tratado de Bucareli (es decir por el lapso de un siglo) y vigilar que su Congreso aprobara todas las iniciativas que favorezcan al capital norteamericano.

Consecuente con esa visión abyecta y cipaya, el Gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-18) impulsó una leonina reforma energética en 2013, en virtud de la cual entregó no solo la empresa petrolera estatal Pemex a las compañías transnacionales norteamericanas sino que adicionalmente les concedió la exploración y explotación del Golfo de México.

Narcotráfico, violencia y miedo

Tras esta política entreguista tanto del PRI como del Partido Acción Nacional (PAN) que gobernó dos sexenios con presidentes impresentables y corruptos de ultraderecha como Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, sobrevino para México una crítica situación social imbuida por el narcotráfico y el crimen organizado que trajo como consecuencia la violencia y la amenaza sobre la seguridad ciudadana.

De esta manera, se extendió un estado de miedo y zozobra sobre la población mexicana que sirvió además para encubrir los abusos y los delitos de corrupción cometidos por los gobiernos tanto del PRI como del PAN.

Una historia prolongada de corrupción

En la crisis sistémica de México, Washington siempre ha estado presente sacando partido. Varios mandatarios gobernaban no para los intereses de los mexicanos sino de Washington, así por ejemplo, en 1968, el presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-70), con el pretexto de combatir al comunismo y para agradarles a sus patrones, no tuvo el menor empacho de masacrar a millares de jóvenes estudiantes que pedían una mejor educación e instalaciones adecuadas para el proceso formativo.

Dice Jean François Boyer en su obra La guerra perdida contra las drogas que al inicio del gobierno de Miguel de la Madrid (1982-88), el Estado mexicano no disponía de fondos presupuestales para el funcionamiento del gobierno, habida cuenta que su antecesor José López Portillo saqueó las arcas público para invertir en España, por orden directa de Washington. Ante la crisis económica, le sugieren al presidente de la Madrid que obtenga recursos vía narcotráfico, cobrándoles a los carteles el 20% del valor de toda la droga que ingrese a Estados Unidos. De esta manera, México se convierte en un narco-estado poniendo en riesgo la seguridad y la integridad de toda su población.

Así, todas las fuerzas de seguridad federal, estatal y municipal fueron involucradas en el negocio sucio del narcotráfico. Además, comenzó la financiación de campañas políticas y el surgimiento del Cartel de Tijuana que comandaban los Arellano Félix.

Durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) el negocio del narcotráfico logra un gran auge de la mano de su hermano Raúl, prostituyéndose aún más el poder político. Durante este sexenio se suscribe el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, una prolongación del Tratado de Bucareli, vendiendo a precio mínimo todas las empresas públicas, triangulando su compra con dinero extranjero. Inclusive, el asesinato del aspirante presidencial por el PRI, Luis Donaldo Colosio, fue un problema de dinero sucio proveniente del tráfico de estupefacientes con Raúl Salinas.

En toda esta crisis de empobrecimiento social mexicano, la perversión institucional, la prostitución del poder político por parte del PRI y PAN, el saqueo de las arcas públicas, está la mano corrupta y corruptora de Estados Unidos que busca que se cumpla lo pactado en el Tratado de Bucareli a costa del sacrificio de la sociedad mexicana. Las pérfidas reformas promovidas por el gobierno de Peña Nieto cierran con broche de oro toda esta estafa.